Cuando alguien piensa en la plaza Independencia, la principal de Tucumán, imagina un paseo colmado de niños y adultos por donde se puede transitar con seguridad. Sin embargo, quienes la habitan (vendedores de pochoclo, praliné, globos y medias, entre otras cosas) sostienen lo contrario. Y su postura fue respaldada por un episodio que sucedió el viernes a la noche, cuando una patota golpeó a dos jóvenes para robarles una mochila y un celular.
Fuentes policiales informaron que ocurrió alrededor de las 22.30, en la vereda de calle 24 de Septiembre, donde está la fuente. Vendedores ambulantes comentaron a este diario que había un grupo de entre 20 y 30 jóvenes trepados en un banco y gritando obscenidades. Los trabajadores no pudieron observar el momento del ataque, pero sí vieron después a un chico con la boca ensangrentada. La escena siguiente fue la imagen de tres o cuatro policías que perseguían a los agresores, sin dar abasto.
Los dos jóvenes heridos, según el informe policial, fueron Ángel Gabriel Santucho de 20 años y un menor de 15. Este último recibió la mayoría de los golpes y resultó herido en el rostro. Las fuentes dijeron que ambos fueron atacados por una patota, cuyos miembros huyeron con una mochila y un celular de las víctimas.
Los policías consiguieron alcanzar a dos de los agresores: un joven de 19 años que quedó aprehendido y otro de 15 que fue entregado a sus padres por orden de la Justicia.
Insultos y alcohol
“Eran tantos que superaron a los policías”, comentó una vendedora ambulante que no quiso dar su nombre para que no la identificaran, tras señalar que ese tipo de escenas dejaron de ser extrañas en la plaza Independencia. La mujer dijo que los grupos de jóvenes invaden el paseo cada noche y que ya están acostumbrados a escucharlos gritar y decir obscenidades. “No sé qué será lo que andan tomando porque traen la bebida en mochilas, pero no se les puede decir nada porque son muy atrevidos”, agregó la vendedora.
Luis, un hombre que se gana la vida lustrando zapatos en la plaza, dijo que el paseo se convirtió en un lugar inseguro para trabajar y contó que ya le robaron dos veces la bicicleta mientras atendía a algún cliente. “Los peores son los de las patinetas. Un día un chico me partió el cajón y yo le pegué; terminé preso en la comisaría”, recordó el hombre.
En la vereda de enfrente, sobre calle San Martín, Andrés vende golosinas y praliné. “Usted no sabe lo que veo todas las noches; vienen los padres y los mandan a los chicos a pedir. Ellos se quedan tomando vino en la plaza mientras los chicos andan pidiendo; encima vienen, te sacan las golosinas y no podés hacer nada porque son chicos. El otro día a un turista le quitaron el helado de la mano. Es muy triste lo que se ve”, comentó el hombre. La realidad que observan los que pasan sus días en la plaza dista bastante de lo que se pueda imaginar.